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lunes, 10 de diciembre de 2012
Las armas secretas nazis que se hicieron realidad
Según los militares esta oleada había sido provocada por pruebas francesas con globos. Los escépticos todavía defienden aquella explicación oficial, aunque antes de ser aceptada, los militares deberían explicar cómo los globos franceses llegaron a ser vistos hasta en Andalucía. Las declaraciones realizadas por estamentos oficiales sobre hechos molestos o embarazosos para los gobiernos, no deben ser admitidas sin más, con tal de desmontar una explicación basada en la hipótesis extraterrestre. La historia se encuentra repleta de ejemplos que nos muestran cómo se han ocultado durante años, y a toda costa, proyectos militares altamente secretos.
El 17 de enero de 1966, dos aviones de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, un superbombardero B-52 y el avión nodriza que le abastecía en vuelo, chocaron en el aire y se precipitaron al suelo en la zona de Palomares, Almería. Como consecuencia del choque, cuatro bombas nucleares de 25 megatones cada una se esparcieron por la zona. Dos de ellas quedaron intactas, las otras dos se abrieron y liberaron uranio 235 y plutonio 239. El Ejército estadounidense lanzó una amplia operación, denominada “Flecha Rota”, en la que se desplegaron numerosos barcos, soldados y helicópteros para localizar las bombas y descontaminar la zona.
Desde entonces, hasta nuestros días, los diversos gobiernos españoles siempre han afirmado que el B-52, con su cargamento atómico, se encontraba de paso por la Península Ibérica, pues no existía ningún tratado que permitiera el almacenamiento de armamento atómico en España. Tuvimos que esperar hasta el 21 de octubre de 1999 para saber, según el diario El País, que entre 1958 y 1976, Estados Unidos almacenó cerca de 200 bombas atómicas en España. Aunque, pese a esta noticia, el gobierno español actual mantiene clasificados los documentos relacionados con el incidente de Palomares.
Estos acuerdos entre países distantes son altamente confidenciales, y muchos de ellos, como ocurre desde hace décadas, están produciendo avistamientos de extraños objetos voladores. Por ejemplo, mientras los medios de comunicación nos muestran las rudimentarias aeronaves sin piloto, usadas oficialmente en las guerras modernas para el reconocimiento del territorio y del armamento enemigo, se están realizando pruebas altamente avanzadas en el proyecto UCAV.
El 18 de abril de 2002, el diario mexicano El Sol de Zacatecas, entrevistó a Jorge Díaz Hornedo, que ocupó el cargo de Director de Ingeniería y Vicepresidente de Ingeniería en Northrop Coporation entre 1988 y 1997. Este ingeniero que trabajó en el desarrollo del B-2, fue responsable del diseño y fusión de las estructuras, procedimientos y programación para la producción, además de encargado de las pruebas de vuelo, producción y programa del superbombardero.
Las declaraciones de Jorge Díaz, nos permiten vislumbrar, además de la nueva tecnología aeronáutica UCAV, cómo se pueden ver el mismo tipo de OVNIS en diversos países: “... hoy en día se están desarrollando avión sin pilotos, ahora en octubre del año pasado, mandamos tres de la compañía en que yo soy consejero, que están en desarrollo, los mandamos a Afganistán, esos aviones se llaman el Falcón Universal, y en los vuelos de prueba viajan desde California hasta Australia sin parar, donde el piloto está en California y el otro en el centro de control en tierra, donde hace vuelos de reconocimientos durante una mes aproximadamente, luego regresa a California”.
El origen humano de la mayoría de las supuestas aeronaves extraterrestres es indiscutible. Los militares lo han sabido a la perfección desde los primeros días de la ufología, y como hicieron por aquel entonces, hoy siguen ocultando una tecnología que tardara mucho en ser dada a conocer, o que incluso nunca será mostrada públicamente. Pero como hemos aprendido por la historia aeronáutica, jamás debemos confundirla con alienígena, por sorprendente que nos parezca. De vez en cuando, algún pequeño error nos permite percatarnos de la existencia y utilización de esta tecnología humana, que suele ser negada por los estamentos oficiales.
Según la versión oficial, el moderno B-2, debe su invisibilidad electrónica a los clásicos sistemas pasivos desarrollados en la Segunda Guerra Mundial, basados, por ejemplo, en su silueta, el uso de materiales antirradar o la inclusión de los motores en el fuselaje. Siempre que algún investigador ha asegurado que el superbombardero usaba alguna tecnología electrónica, para desaparecer de las pantallas de radar, los críticos lo han negado rotundamente.
Sin embargo, en el documental Fly Past, del Canal Historia del año 2001, un oficial presentado con el nombre de Sunnargor, supuestamente el primer piloto que, el 24 de marzo de 1999, usó el avión en una misión real sobre Kosovo, afirmaba: “En mi primera misión acababa de activar el camuflaje, cuando el controlador me dijo: Te he perdido en el radar”. Es decir, los sistemas pasivos del B-2 no permiten su completa invisibilidad, y es captado en las pantallas modernas, hasta que es puesto en funcionamiento un sistema activo que lo vuelve invisible.
En algunas ocasiones, el hecho de mantener en secreto las aparentes nuevas tecnologías, se debe a la reiterada negativa para admitir su existencia hace décadas, y menos todavía su origen europeo. Pero por mucho que se intente disimular, y por muchos años que hayan pasado, las armas futuristas alemanas desarrolladas durante la Segunda Guerra Mundial, reaparecen una y otra vez en nuestros días, siendo presentadas como proyectos propios de última generación.
El 5 de febrero de 1999, los medios de comunicación internacionales se hicieron eco del fracaso de un segundo intento ruso por desplegar un espejo espacial llamado Znamia-2. Se trataba de un espejo circular que valdría para iluminar desde el espacio zonas oscuras de la Tierra, mediante la reflexión de la luz solar. Era el viejo proyecto de Hermann Oberth llevado a la práctica en una versión aparentemente pacífica, pues según sea cerrado un espejo circular, puede pasar de ser una fuente de luz a producir un rayo calorífico destructor. De haber salido bien parada la prueba del Znamia-2, los rusos pensaban en la instalación de todo un sistema de espejos de 200 metros de diámetro.
Dos años después, en julio de 2001, los medios de comunicación presentaban otra vez un antiguo invento alemán como arma de última generación. Se trataba de una bomba muy concreta portada por un futuro bombardero estadounidense suborbital. El secretario de Defensa Donald Rumsfeld propuso este proyecto en un documento titulado “Guía y términos de referencia para la revisión cuatrienal de Defensa”. La nave podría atacar el otro lado del mundo en 60 o 90 minutos, lanzando sus bombas desde un poco menos de 100 kilómetros de altura. El bombardero espacial de George Bush, como lo bautizó la prensa, utilizaría proyectiles sin carga explosiva, pues debido a que serían lanzados desde gran altura, penetrarían en la corteza terrestre produciendo una terrible devastación, tal y como lo haría un pequeño meteorito. Cualquier fortaleza subterránea sería destruida por el terrible impacto.
El proyecto estadounidense era un calco del bombardero Sanger, incuso en el uso de bombas cinéticas. |
Todavía deberemos esperar mucho para disponer de una información adecuada sobre el bombardero espacial de George Bush, pero este ejemplo también nos vale para mostrar la posible analogía existente entre noticias, que aparentemente no parecen estar relacionadas entre sí.
El 4 de octubre de 2002, en el programa de radio Protagonistas, de Onda Cero, dirigido por Luis del Olmo, concretamente en su sección ¿Cómo se acuesta América? El maestro de la radio español establecía comunicación con el corresponsal en Estados Unidos, para comentar las últimas noticias aparecidas en la prensa de aquel país. Entre ellas destacaba la preocupación de los militares estadounidenses, por el choque de meteoritos de menudo tamaño contra la superficie de nuestro planeta. Era posible que otros países con capacidad nuclear, de forma especial Pakistán y la India, confundieran los impactos con pequeñas bombas atómicas. De no identificarlos correctamente, podían llegar a pensar que estaban sufriendo un ataque con mísiles, y desencadenar una guerra atómica.
Mientras tanto, Estados Unidos bombardeaba Afganistán intentado terminar con los talibanes, los miembros de Al Qaeda y otros seguidores de Osama Bin Laden, refugiados en pasadizos, profundas defensas subterráneas, y, primordialmente, en un supuesto búnker inexpugnable, excavado por los antiguos soviéticos en el subsuelo rocoso de las montañas afganas. Los bombardeos han incluido armas no convencionales, y como hicieron los alemanes en Varsovia, en 1944, cuando usaron contra los polacos las primitivas versiones de la bomba atómica de los pobres, el ejército estadounidense usó bombas explosivas de aire combustible contra sus enemigos escondidos en el interior de la tierra.
Al estar prohibido su uso por los acuerdos internacionales, el arma fue rebautizada durante su utilización en Afganistán como “bomba térmica” o “bomba termobárica”, pero era definida exactamente como una bomba explosiva de aire combustible, por el comandante de la marina Matthew Klee: "La bomba produce una combinación de ondas de choque y de explosión de carburante. La primera explosión libera aerosoles inflamables en el complejo subterráneo y la segunda enciende el combustible".
Bomba termobárica, nuevo nombre para una vieja arma nazi. |
Quizá el aviso a la vecina Pakistán y a la cercana India, para que no confundan el impacto de un pequeño meteorito con una explosión atómica, se deba a la utilización de un arma que supuestamente todavía no existe, y que pese a su antigüedad, la versión oficial asegura que sólo se encuentra en las mesas de diseño.
Aunque esto es una simple especulación, plagada de hipótesis que únicamente el paso del tiempo nos permitirá confirmar, resulta sumamente chocante leer en los medios de comunicación internacionales que, en ese mismo mes de marzo, cuando Estados Unidos intenta acabar con la resistencia en las defensas subterráneas, Afganistán sufrió un terremoto; justamente uno de los efectos colaterales de una bomba cinética.
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