sábado, 19 de julio de 2014

23-F: El golpe del CSID - LIBRO COMPLETO DE DESCARGA GRATUITA EN PDF

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http://anpoto.blogs.uv.es/2011/02/21/23-f-el-golpe-del-csid/

Información:

A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo. 

El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso.

En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas.

Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia.

El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?  

El 23-F fue un golpe de diseño, una operación de Estado Mayor del Cesid puesta en marcha por [...]

Autor: Jesús Palacios

(Acceso al texto completo)

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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
El 23-F fue un golpe de diseño, una operación de Estado Mayor del Cesid puesta en marcha por [...]
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21 February 2011

23-F: El golpe del CSID

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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
El 23-F fue un golpe de diseño, una operación de Estado Mayor del Cesid puesta en marcha por [...]
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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Autor: Jesús Palacios 
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
El 23-F fue un golpe de diseño, una operación de Estado Mayor del Cesid puesta en marcha por [...]
Autor: Jesús Palacios 
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21 February 2011

23-F: El golpe del CSID

Filed under: Política,Sociedad — anpoto @ 21:44 pm

 
A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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