lunes, 26 de diciembre de 2011

Misterios de la magia egipcia

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http://www.akasico.com/noticia/1168/Ocultismo/misterios-magia-egipcia.html

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Ocultismo
Última actualización 01/07/2005@00:00:00 GMT+1
Entre los misterios más fascinantes de la enigmática civilización del Nilo destaca la cualificación de sus magos. Estos eran auténticos especialistas al servicio del estado teocrático y su prestigio se mantuvo intacto durante milenios. ¿Cuáles eran sus conocimientos y verdaderos poderes? ¿Es posible que una simple superstición disfrute durante tanto tiempo de credibilidad si carece de eficacia real?
A los magos egipcios se les escogía desde el nacimiento y, en ocasiones, incluso desde antes. No sabemos qué signos concretos señalaban al elegido y brindaban la certeza de que éste reuniría las condiciones idóneas cuando llegara el momento de ejercer su función. Pero es probable que intervinieran distintas disciplinas en su formación, puesto que los oráculos y la videncia mediante trances inducidos ocupaban un lugar central en su profesión. Tal como ocurre aún hoy con los lamas tibetanos, también es posible que los sacerdotes egipcios reconocieran en el niño signos que lo identificaban como la última reencarnación de un mago fallecido.

Estos pequeños eran apartados de sus familias y llevados a la Casa de la Vida de algún templo, donde comenzaban a recibir una educación especial. Tras la instrucción oportuna, y una vez superadas las correspondientes pruebas iniciáticas, el nuevo mago accedía a los secretos del más allá y, mediante su voluntad y su voz, estaba en condiciones de controlar la materia y la energía. La clave para alcanzar ese rango residía en el dominio de heka –deidad, técnica y fuerza sobrenatural de la magia–, que le equiparaba con los mismos dioses. El mago poseía el conocimiento de lo visible y de lo oculto, así como un poder superior sobre la naturaleza.

Aquel que alcanzaba la suprema excelencia se convertía en aju, término que designaba uno de los catorce ka (espíritu, forma inmortal) del dios supremo Ra y, por extensión, a un ser dotado de luz propia. Este estado de espíritu luminoso era algo que los mortales podían conseguir después de la muerte, tras superar todas las pruebas iniciáticas que les permitían traspasar las puertas del más allá, incluyendo el juicio de Maat (justicia y verdad), en el cual se pesaba su corazón. Sin embargo, los magos podían obtener esta transformación en vida, como resultado de haber experimentado situaciones similares a la de ultratumba, a través de la muerte y resurrección simbólicas en sus rituales iniciáticos, en los cuales encarnaban el misterio de las deidades.

El propósito de controlar la heka y alcanzar el aju era estar en condiciones de operar mágicamente, manteniendo el equilibrio de la vida y del mundo, mediante el recurso de imitar el modelo de actuación de los dioses en el primer día de la Creación. Así como la divinidad había logrado el equilibrio tras vencer al Caos primigenio, de donde todo surgió gracias a su voluntad y su palabra, en el rito el mago encarnaba ese mismo acto creador, imitándolo fielmente y contrarrestando así la tendencia al caos propia del mundo. Por eso, a veces los magos tenían que involucrarse en actos destructivos, con el fin de evitar la tendencia maligna al desorden, representada por Apophis, la serpiente que cada noche atacaba la barca de Ra.

Es fácil suponer que no todos los sacerdotes fuesen magos, ya que también hacía falta encargarse de administrar las propiedades del templo, controlar los almacenes y los tributos o ayudar en los rituales. El sacerdote era un intermediario que oficiaba ceremonias para que los dioses actuaran, mientras que el mago ejercía como representante del dios para que determinados hechos ocurriesen, manipulando las como una deidad energías sobrenaturales del trasmundo.

Dado que los dioses habían creado el mundo por medio de la palabra, el mago egipcio debía ser «Justo de Voz» (Maa-Jeru). El perfecto control control de su dicción era esencial. Como recogen las fórmulas que empleaba, realmente no era él quien realizaba los gestos y pronunciaba las palabras rituales, sino el propio dios. Por eso, las palabras mágicas exigían una pronunciación precisa (salmodiando y/o cantando), para que su vibración interactuase con la energía que emanaba del espíritu que encarnaba el mago y se enfocaran hacia el objetivo del rito.

Algunas fórmulas específicas para conjurar peligros inminentes, como el ataque de un animal salvaje, eran tan largas que su pronunciación correcta en tales circunstancias podían suponer un peligro añadido. Por ello es posible que pudieran resumirse en una especie de representación mental del concepto que englobaba dicha fórmula y lanzarse mentalmente, acompañando la voluntad mágica con el gesto y la voz.

Guardianes del secreto 

Todas las Casas de la Vida disponían de bibliotecas donde se archivaban los papiros con los textos sagrados, muchos de ellos atribuidos a Thot, dios de la magia y la escritura. Se permitía que los estudiantes los consultaran, o que los escribas de otros templos los copiaran, pero estaba prohibido entregar ese conocimiento a personas no autorizadas o a extranjeros. En un papiro de Abydos se cita una prohibición especialmente rigurosa para los asiáticos, tal vez como cautela especial contra los competidores persas, también famosos por su magia.

El castigo por incumplir alguno de los mandatos relativos a la seguridad de la información era «arrebatarle la magia al responsable y expulsarlo lejos», lo cual debía ser algo mucho más grave de lo que parece a simple vista. En algunas leyendas egipcias se cita a magos que llegaban a profanar tumbas para conseguir los libros en ellas depositados. Seguramente el más codiciado de todos era el que se supone que aún reposa junto a su dueño, el sabio Imhotep, con todas las enseñanzas que le habría dictado el mismísimo Thot.

Algunos sacerdotes estaban especializados en medir el tiempo, para determinar exactamente las horas del día y de la noche, con el fin de que la liturgia del templo se celebrase en su justo momento, o para controlar la sucesión de las estaciones, tan importantes en la vida del país. Para la observación de los cuerpos celestes en su paso por el cielo nocturno, las terrazas de los templos eran el lugar de trabajo perfecto y, durante el día, la sombra de los obeliscos servía como medidor.

La especialización era la norma. Había una magia de estado al servicio del faraón –considerado deidad viviente y primer mago–, así como expertos encargados de confeccionar inscripciones y textos mágicos, tanto de templos como de tumbas, lo cual conllevaba una gran responsabilidad, ya que se les dotaba de una energía que debían trabajar de una manera muy precisa y cualquier error podía arruinar todo el proyecto.

Magia y medicina eran conceptos indisolubles. Muchos de los tratados médicos que nos han llegado a través de los papiros rescatados de las tumbas no son sino una mera colección de conjuros o fórmulas del tipo «huya el mal que habita en la sangre». El médico también encarnaba a un dios, o bien a un aliado de éste, para combatir la enfermedad y expulsarla del cuerpo del paciente mediante órdenes e imprecaciones.

Relacionados directamente con la medicina había varios dioses: Horus, Thot, Isis, Sekhmet (la diosa leona, patrona de los médicos) y el propio Seth. Según la tradición legendaria de la época tardía, Thot había redactado 42 libros –los cuales posteriormente los griegos llamarían herméticos–, que compendiaban toda la sabiduría revelada por los dioses a los antiguos egipcios, incluyendo el secreto de la inmortalidad.

Horus estaba relacionado con su ojo protector, que en cierta ocasión había sido herido por su tío Seth y curado mágicamente por Thot. Isis realizó la tarea de reconstruir el cuerpo de su esposo Osiris, despedazado por Seth, y era especialmente eficaz contra el veneno del escorpión, como Seth para combatir los trastornos de las piernas y las jaquecas.

Pero la diosa leona Sekhmet era la deidad principal de la medicina. Incluso disponía de un sacerdocio especial, encargado de transformar en benéfico su gran poder destructivo para reconducirlo hacia la sanación de las enfermedades. También era necesario aplacar a esta diosa en los cinco días epagómenos, añadidos al final del calendario oficial de 360 días, justo en la época más seca del año –llamados los días de la pestilencia–, para que adoptase una manifestación de su esencia divina más amistosa con los hombres: la diosa gata Bastet.

Como norma general, los magos oficiales eran sacerdotes que se formaban en una Casa de la Vida y realizaban los rituales necesarios de iniciación, formando parte del organigrama civil y religioso del estado, según las funciones y especialidades que cada uno tuviese. En este sentido, constituían una clase de expertos, al servicio de la teocracia, un equivalente de lo que son en nuestros días los científicos y los tecnólogos.

Sin embargo, tanto en Egipto como en todo Oriente Próximo el prestigio de la magia hizo que existiese una fuerte demanda social de este tipo de servicios por parte de la población en general. Y esto derivó en la aparición de magos populares (hekay), consultados con los más variados propósitos. Esta clase de hechiceros, curanderos o supuestos videntes no tenían ni la cualificación ni el prestigio de los auténticos magos y el término que los designaba tenía un significado peyorativo para las personas cultas.

Este hecho histórico plantea un enigma. La verdadera magia mantuvo durante milenios su función y siempre fue tenida en alta consideración por reyes, jefes militares y altos funcionarios. De modo que, al menos en la percepción de los antiguos, era fiable y eficaz para conseguir los objetivos que se perseguían con su práctica. El método de ensayo y error puede ser primitivo desde la perspectiva científica de nuestra cultura, pero sin duda fue un sistema útil para que, a la luz de la experiencia, las culturas anteriores seleccionaran las técnicas que les ofrecían mejores posibilidades de éxito.

Naturalmente, esto no significa que la magia tuviese la capacidad de obrar todos los prodigios que se le atribuyeron, pero sí que, durante milenios, los magos convencieron a quienes detentaban el mayor poder político, económico, militar y religioso, de que gracias a ella obtenían protección contra sus enemigos y éxitos de todo tipo. Por lo tanto, es inevitable concluir que el porcentaje de eficacia de sus ritos tuvo forzosamente que ser muy superior al que indicaría el simple azar. De otro modo, no habría conservado durante tanto tiempo su prestigio como arma al servicio del poder.

Otro tema es la explicación que demos a este hecho. En el caso de la magia medicinal, podemos pensar en la importancia del efecto placebo. En lo que atañe a conjuros y maleficios, como en la magia de estado, es posible que incidiera la sugestión y la autosugestión. Pero, ¿no estaremos aplicando una mentalidad reduccionista? ¿Podemos excluir que los antiguos egipcios hubiesen desarrollado fórmulas y técnicas secretas empíricas eficaces porque activaban mecanismos que actualmente ignoramos?
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