lunes, 3 de diciembre de 2012

Sor Lucía María de la Encarnación, la monja que se casó con Dios: Historia de los prodigios de una clarisa granadina

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http://www.masalladelaciencia.es/reportajes/misterios/239-sor-lucia-maria-de-la-encarnacion-la-monja-que-se-caso-con-dios-historia-de-los-prodigios-de-una-clarisa-granadina

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La localidad granadina de Cónchar vio nacer en el siglo XVIII a una mujer que, según la leyenda, ya desde niña protagonizó sucesos inexplicables relacionados con su fervor religioso. Sor Lucía María de la Encarnación es sin duda un personaje digno de encabezar uno de los capítulos más destacados de la España extraña.

No fue por capricho por lo que los árabes bautizaron como Valle de la Alegría la zona donde se enclava Cónchar. Ubicada en la comarca del valle de Lecrín y puerta de entrada a la Alpujarra, esta localidad granadina es una extensa campiña de almendros, naranjos y limoneros, un privilegiado rincón donde los amantes de la Naturaleza pueden gozar de distendidos paseos por el casco urbano y los senderos de la periferia rural.
Pero además de por su paisaje, su atalaya árabe, su acueducto o el delicioso mosto que se fabrica en sus lagares, Cónchar es popular por haber sido cuna de una mujer prodigiosa en todos los sentidos: Lucía González Juárez, más conocida como sor Lucía María de la Encarnación. Una vida de entrega a los demás y de prodigios de difícil explicación la sitúan en una destacable posición dentro del listado de místicos de la Iglesia católica.
Una niña muy especial
Y a su pueblo natal se dirigieron mis pasos, para recorrer en primera persona aquellos caminos que antaño fueron surcados por la venerable madre clarisa. Aparcar en el casco urbano, dadas su poca extensión y la estrechez de sus sinuosas calles, no fue tarea fácil. Pero finalmente pude descender del vehículo en la plaza principal, donde se erige desde principios del siglo XVII la iglesia de San Pedro.
Allí fue bautizada la niña Lucía el 25 de marzo de 1662, más de un mes después de su nacimiento. La causa de tal tardanza fue la enfermedad que dejó impedido momentáneamente al diácono de Cónchar. Y fue entonces cuando se produjo el primer fenómeno extraño. Andaba por aquellos días en la cercana villa de Cozvíjar el reverendo padre abad fray Diego de Quesada, del monasterio de San Basilio. Estaba dando misa en la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza cuando sintió el impulso de viajar a toda costa a Cónchar, sin que hubiera motivo lógico para ello. Al realizar la visita tuvo noticia de la enfermedad del párroco y de la peligrosa dilación en el bautismo de la niña Lucía, por lo que él mismo se encargó de aplicar a la pequeña el primer sacramento.
Muchos son en Cónchar los lugares relacionados con la santa granadina. Clemente Domínguez, concejal de la localidad, con el que había quedado en plena plaza y que ya me esperaba solícito bajo la sombra benefactora de un naranjo, me acompañó a varios de ellos. El primero está a las afueras del pueblo, donde, con tan solo tres años de edad, la monja practicaba su particular Vía Crucis, que terminaba en unas peñas que forman una especie de cueva. En aquel mismo lugar y por aquella época, se le apareció presuntamente el Niño Jesús para preguntarle si quería ser su esposa, a lo que ella, al instante, dijo que sí. Pero para ello, advirtió el Santo Niño, debía hacer voto perpetuo de castidad. Lucía accedió a ello sin dudar un instante.
“Tenía cinco años cuando, acompañando a su padre por estos caminos, tuvieron la necesidad de cruzar un río. El hombre le pidió que esperara en la ribera, ya que era muy peligroso atravesarlo y solo podía hacerse utilizando como puente un estrecho álamo caído –narra Clemente–. Al llegar a la orilla opuesta, el hombre se encontró con la sorpresa de que la niña ya estaba allí”.
El padre de Lucía no supo explicar cómo se había desplazado hasta allí, el río estaba muy crecido y el vestido de la pequeña se hallaba completamente seco. “En ese momento Lucía le dijo que volvería a pasar por el mismo sitio y le pidió que le diera la mano al llegar a la orilla. El padre, confuso, no lo hizo –prosigue Clemente– y, entonces, milagrosamente, la pequeña Lucía cruzó sola, flotando sobre las aguas. Al llegar a la otra orilla le dijo a su progenitor que, por no haberle dado la mano, tendría que volver a cruzar trabajosamente por el viejo álamo”.

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