¿LAS PIRÁMIDES SON OBRA DE UNA SUPERCIVILIZACIÓN?

Se usaron bloques de 100 y hasta 200 T. traídos de una cantera a 30 km. Están alineadas perfectamente con los puntos cardinales y el Cinturón de Orión. Los egipcios de esa época ni siquiera conocían el Hierro.

SOLUCIONES

Tú no puedes solucionar unos problemas con el mismo nivel de CONSCIENCIA que los creó. -Albert Einstein

EL HOMBRE QUE PIENSA POR SÍ MISMO

El hombre más peligroso para cualquier gobierno es el capaz de reflexionar... Casi inevitablemente, llegará a la conclusión de que el gobierno bajo el que vive es deshonesto, loco e intolerable. -H. L. Mencken

ESTRUCTURA SOCIAL PIRAMIDAL

Nuestro mundo está organizado de tal modo que una pequeña élite controla al resto a través de una jerarquía de jefes sobre otros jefes hasta llegar a los obreros en la base. El nivel de conocimiento separa a unos niveles de otros. -David Icke

GOBIERNO MUNDIAL O NUEVO ORDEN MUNDIAL

El objetivo de las élites es crear un gobierno mundial dictatorial, fascista, donde el Estado Policial es omnipresente y las libertades individuales no existen. -David Icke

NEGACIONISMO O ESCEPTICISMO CÍNICO

Condenar algo sin investigarlo previamente es la cota más alta de la ignorancia. -Albert Einstein

MEDIOS DE COMUNICACIÓN

La Opinión Pública lo es todo. Si está a tu favor, nada podrá salir mal. Si está en tu contra, nada podrá tener éxito. El que moldea la Opinión Pública tiene un mayor poder que el que hace las leyes. -Abraham Lincoln

RESPONSABILIDAD PERSONAL

Tú debes convertirte en el cambio que quieres ver en el mundo. -Mahatma Gandhi

EL PODER DE LA PROPAGANDA

Debe hacerse tan popular y tan simple que hasta el más estúpido la pueda entender. A la gente se la puede convencer de que el Paraíso es el Infierno, o a la inversa, de que la vida más horrible es el Paraíso. -Adolf Hitler, "Mein Kampf"

REPETIDORES

La mayoría de la gente es OTRA gente. Sus pensamientos son la opinión de otros, sus vidas una imitación, sus pasiones una cita de un libro. -Oscar Wilde

CREENCIAS

En religión y política, la gente casi siempre las adquiere, sin examinarlas, de autoridades que tampoco las han examinado y que, a su vez, las han adquirido de unos terceros cuyas opiniones no valen UNA PUTA MIERDA. -Mark Twain

PIRÁMIDE DE PODER

Es fácil que una pequeña élite controle a una amplia mayoria a través de estructuras jerárquicas donde cada uno se está en su sitio sin moverse y sin interesarse nunca por nada. -David Icke

DEBER

La cobardía pregunta si es seguro, la conveniencia si es cortés, y la vanidad si es popular. Pero la Consciencia pregunta si es JUSTO. Y siempre llega un tiempo donde uno debe tomar una postura que no es nada excepto JUSTA. -M. L. King

911 WAS AN INSIDE JOB!!

¿El atentado del 11-S fue ejecutado por el Gobierno en la Sombra de EEUU a través de infiltrados y aliados al más alto nivel en el ejército, los servicios secretos y los medios de comunicación?

¿MAGOS NEGROS CONTROLAN LA ECONOMÍA MUNDIAL?

¿El Dinero es el único Dios de este mundo porque lo controla TODO? ¿Los banqueros son los nuevos sacerdotes? ¿Los símbolos sagrados y ocultistas en los billetes atraen energías adecuadas a los fines de este clero?

¿EL 11-M FUE UN GOLPE DE ESTADO A FAVOR DEL PSOE?

Hay hechos documentados de sobra que demuestran que ciertos policías, miembros del servicio secreto, periodistas y jueces trabajaron para "dar un golpe de estado mediático" mintiendo, destruyendo pruebas o creando pruebas falsas.

¿ESTAMOS SOLOS EN EL UNIVERSO?

¿Otras especies y civilizaciones nos visitan con frecuencia? ¿Algunos son benéficos, otros son malvados, y la mayoría parece neutral o indiferente? ¿Los gobiernos cierran beneficiosos tratos mientras lo niegan todo?

¿NUESTRAS ÉLITES NO SON HUMANAS?

Con fama de endogámicos, herméticos, arrogantes, de "sangre azul", ¿nuestros líderes y reyes pertenecen a una raza distinta, con amplios y ancestrales conocimientos sobre la Realidad y lo Oculto?

¿NUESTROS POLÍTICOS SON TÍTERES?

¿Gente tan increíblemente estúpida e incompetente trabaja para "Amos Ocultos" que mueven sus hilos y a los que deben pagar los favores recibidos? ¿El "juego político" es una farsa para anestesiarnos?

¿SUPERTECNOLOGÍA EN LA ANTIGÜEDAD?

Es un hecho científico demostrable que ESTO no lo pudieron hacer tipos con lianas, troncos y herramientas de bronce. Tampoco podemos reproducirlo con nuestra tecnología actual.

sábado, 19 de julio de 2014

Operación Lobo - cortesía de byrachidful

Vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=77Ziz-HT0rA


Texto adjunto:

Publicado el 9/5/2013
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Operación Lobo - cortesía de presenteypasado2

Vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=j67pJprjB2k


Texto adjunto:

Publicado el 1/6/2012
En 1974 los servicios secretos de Presidencia del Gobierno, el SECED, idearon un plan con el objetivo de desmantelar a ETA, que un año antes había matado al, por aquel entonces Presidente del Gobierno.
El vizcaíno Mikel Lejarza, tras ser captado por los servicios secretos españoles, logra infiltrarse en las entrañas de ETA en Francia y facilita la detención de todos los generales. Finalmente al CESED no le imporaba si Mikel moría en la operación y lo dejaron vendido. En la actualidad, este infiltrado vive en clandestinidad.

23-F: El golpe del CSID - LIBRO COMPLETO DE DESCARGA GRATUITA EN PDF

LIBRO COMPLETO. 
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DESCARGA:

http://anpoto.blogs.uv.es/files/2011/02/23F-El-Golpe-del-CESID_Jesus-Palacios.pdf

Fuente:

http://anpoto.blogs.uv.es/2011/02/21/23-f-el-golpe-del-csid/

Información:

A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo. 

El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso.

En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas.

Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia.

El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?  

El 23-F fue un golpe de diseño, una operación de Estado Mayor del Cesid puesta en marcha por [...]

Autor: Jesús Palacios

(Acceso al texto completo)

http://anpoto.blogs.uv.es/files/2011/02/23F-El-Golpe-del-CESID_Jesus-Palacios.pdf
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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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21 February 2011

23-F: El golpe del CSID

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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
El 23-F fue un golpe de diseño, una operación de Estado Mayor del Cesid puesta en marcha por [...]
Autor: Jesús Palacios 
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21 February 2011

23-F: El golpe del CSID

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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
El 23-F fue un golpe de diseño, una operación de Estado Mayor del Cesid puesta en marcha por [...]
Autor: Jesús Palacios 
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21 February 2011

23-F: El golpe del CSID

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A las 18.20 horas del 23 de febrero de 1981 me encontraba haciendo mi turno en los servicios informativos de Radio Intercontinental, calle Modesto Lafuente de Madrid. Oí en directo cómo diversas unidades de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, irrumpieron en el Congreso de los Diputados y paralizaron la votación de la que iba a salir elegido presidente del gobierno el candidato de la Unión de Centro Democrático, Leopoldo Calvo-Sotelo. Tengo bien grabados los acontecimientos que se sucedieron en aquella aciaga tarde noche y madrugada, hasta que al mediodía del martes 24 todo quedó resuelto al entregarse los asaltantes y ser liberados el gobierno y los diputados. Recuerdo bien mis idas y venidas desde el hotel Palace hasta el límite que permitían los miembros del Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, que Tejero había desplegado como escudo protector en el exterior de la plaza de las Cortes, con mis compañeros José Miguel Flores, Miguel Vila, Iñaki Tarazaga, Miguel Ángel Yáñez y una, por entonces y ahora, joven y guapa Ana Rosa Quintana, en sus inicios periodísticos, que con el tiempo está demostrando ser una excelente profesional rebosante de glamour televisivo.  
El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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El 23-F es uno de esos días que se quedan grabados de por vida. Aunque uno no quiera. No exagero si afirmo que todos o casi todos los que vivieron aquellos sucesos saben dónde se encontraban o lo que estaban haciendo a la hora que sonaron los tiros en el Congreso. 
En la primavera de 1982 asistí a las sesiones de la vista oral que se desarrollaron en el Servicio Geográfico del Ejército, en Campamento, a la salida de Madrid en dirección a Extremadura. Ni el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar y, en segunda instancia, del Tribunal Supremo contribuyeron a despejar las enormes lagunas, dudas, silencios, ocultaciones, mentiras… que se instalaron en la mente de muchos. Muy al contrario. Una de aquellas mentes fue la mía. Siempre he tenido la sospecha de que el juicio de Campamento no pasó de arañar la cáscara o la superficie que ocultaba su verdadero trasfondo. Y después la convicción de que el golpe se cerró en falso. La jornada del 23-F, sus hechos precedentes y sus consecuencias posteriores se cimentaron sobre una enorme patraña. Por conveniencia política y por acomodo de la situación. Con el paso del tiempo han ido apareciendo datos nuevos, que han reforzado la tesis de que aquel golpe de Estado está pendiente de ajustarse con nuestra historia más reciente. Intentarlo es el objeto de esta obra, de la que aseguro, y bien que puedo hacerlo, se ha movido estrictamente por los contornos de la historia. Para nada ha pretendido jugar en la parcela viva de la política. Aunque uno no ignore que la historia es un fenomenal campo de batalla de las ideas y que muchos responsables políticos vivan y mueran obsesionados por conseguir que ésta se acople a sus intereses. Legítimos o no. Hoy, por fortuna, las instituciones y la sociedad española están firmemente asentadas. 
Éste es un libro de tres meses y medio intensos de redacción, de total aislamiento. Pero de veinte años de seguimiento, de recogida de datos desde hace más de diez, de investigación progresiva desde tres años atrás y de pleno empeño los últimos dieciocho meses. He tenido la oportunidad de recabar más de ciento cincuenta testimonios diferentes de personajes de relieve que tuvieron diversa incidencia en los acontecimientos a lo largo de este tiempo. Muchos de ellos puedo citarlos como fuentes, a otros, por el contrario, debo mantenerlos en la más estricta de las reservas. He trabajado con el sumario de la causa instruida por el general togado del cuerpo jurídico del Aire, José María García Escudero. Varios miles de folios, que tan decepcionantes resultan al negarse a investigar el hilo que conducía hacia la participación activa del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en el golpe. Pese a contar en sus manos con un informe del mismo centro de inteligencia, el informe Jaúdenes, y la imputación de diversos agentes de la central, testigos de la implicación del Cesid. He refrescado la memoria con los cuatro tomos de las actas del juicio, he leído o revisado prácticamente toda la bibliografía publicada al respecto y cotejado y contrastado muchos elementos. Soy consciente de que esta obra aporta revelaciones inéditas de enorme importancia. 
El 23-F no fue ningún golpe chapuza o una operación alocada protagonizada por unos militares rancios anclados en el pasado franquista con añoranza de los pronunciamientos del siglo XIX. ¿Hay hoy quien se crea todavía que los dos militares más firmemente monárquicos del ejército español, el teniente general Jaime Milans del Bosch y el general de división Alfonso Armada Comyn, se iban a enredar y a lanzarse en una aventura golpista que nunca dejó de presentarse como absurda y descabellada?   
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Tertulia de Federico: La implicación del Rey en el 23-F - 31/03/14

Vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=Q0rQh4r82VU



Texto adjunto:

Publicado el 31/3/2014
Federico analiza con Luis Herrero, Dieter Brandau y Gabriel Albiac las revelaciones del 23-F que incluyen incluso la implicación del Rey en el golpe.

Federico a las 8: El Rey y la Operación Armada - 31/03/14

Vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=lXqyb5-0bbo



Texto adjunto:

Publicado el 31/3/2014
Analiza las revelaciones de Pilar Urbano sobre el 23-F. Según le contó Suárez la Operación Armada nace en la Zarzuela y el Elefante Blanco es el Rey.

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